Carmen

El tren avanzaba impetuosamente, con ritmo furioso y entrecortado( frase del libro Extraños en un tren, Patricia Highsmith). Desde el zaguán de la fábrica de ladrillos se oye el rugido del tren, amenazante, como el de una leona en la sabana acechando a su dócil presa. Los trabajadores, ajenos a la inquietud que provoca el fuerte sonido del ferrocarril, siguen trabajando con la esperanza en sus corazones de que la bestia descarrile.

El alcalde del pueblo y bastantes vecinos, republicanos y nacionales, conocían del avance de las tropas franquistas desde Toledo hacía Madrid. Y en ese mismo día, llegaban noticias sobre que Olías del Rey ha caído y del desplazamiento de los soldados hacia Yuncos .

En Yuncos, la vida discurre como si no fuera a parar la guerra allí. Las madres a diario lavan la ropa en los lavaderos junto a los tanques rusos, ciegas a lo que aquello significa, y sus hijos juegan en la calle a la gallinita ciega.

Carmen tiene cinco años y es la cuarta de sus seis hermanos. Hasta hace un instante, todos disfrutaban del fresco de la mañana en el patio de casa, donde una higuera robusta y de ramas largas les protege del calor de julio, en un abrazo que recoge toda la sombra para ellos.

 Las bombas y disparos han comenzado a oírse atronadores por primera vez, justo cuando su madre se dispone a repartir la leche del desayuno. Toda la familia en diez segundos se esconde en un mini-búnker construido, a mano por su padre, tíos y hermanos, y situado debajo de la entrada a la casa. Allí permanecen inmóviles y callados obviando qué representan esos ruidos de la guerra.

Súbitamente la paz se oye, y la familia de Carmen sale de su escondite como si lo acontecido hubiera sido una película en la que ellos son meros espectadores. La madre, Rosa, dice:  «no ha pasado nada de nada; vamos todos a desayunar. Ya está”.  No parecía importar que, en el pueblo, junto a los republicanos del gobierno, se pasearan a diario tanques rusos con soldados de ese país. Desconocen porque esta gente está allí pero tampoco preguntan.

Después de recoger el desayuno y la casa, Rosa sigue su vida cotidiana, a cuestas con su hija pequeña de un año en brazos y embarazada de 7 meses. “Carmen vamos al corral a por huevos para la comida, acompáñame ahora que todo está en calma”. La niña se adelanta alegre y se da cuenta de que falta una gallina.

-Mamá, la gallina más buena se ha saltado el corral a la casa del vecino.

Rosa, sin pensarlo, salta la pared medianera con la bebé en brazos para no perder a la pita, con la desgracia de pisar la tapa de un pozo cegado, que su peso de unos ochenta kilos, rompe precipitándose al fondo. Antes de caer, Rosa tira con cuidado a la bebé a un lado siendo ésta rescatada por su hermana sin sufrir ningún rasguño.

La madre da voces pidiendo auxilio, pero no es escuchada. Solo Carmen sabe que está allí pero el miedo la paraliza. Pronto reacciona a un chillido de dolor atronador de su mamá, sale corriendo y avisa con gritos a la familia. Acuden sus tíos y hermanos y unos soldados italianos, que acababan de llegar a Yuncos, y que sacan a Rosa tirando cuerdas que ella se pone alrededor de la cintura. La mujer había salvado la vida sosteniéndose quince minutos con los codos y los pies por encima del agua, las pajas y el barro.

Carmen se acaba de convertir en la heroína de la familia. Le han dado una galleta de chocolate de premio que ha devorado sin repartir a los demás. Se va a jugar y al cruzar la puerta de casa, en frente, ve que su calle no es la misma. Los tanques rusos arden y hay un penetrante olor a gasolina quemada y otro olor que desconoce, intenso y muy desagradable. Ve humo negro que sale de la casa de enfrente, y algunos árboles están destrozados. Pasan vehículos de guerra con soldados republicanos y rusos dentro de ellos, vigilados por otros que no había visto la niña y que visten con uniformes diferentes y que les apuntan con fusiles.

Por primera vez, observa que hay una persona tirada en el suelo. Se acerca sigilosamente, hasta que se detiene a una distancia de metro y medio, y se da cuenta de que es un ruso, un ruso enorme de piernas largas y zapatones, tan grande como los gigantes de los cuentos que le lee su hermano mayor. Es un hombre joven, de unos 18 años o quizás menos, casi sin vello en la cara, pelo rubio y ojos verdes. No se mueve. A su lado hay un pequeño charco de sangre que se va alimentando de una herida que el chico tiene en la pierna. El ruso presiona la herida y dice palabras, entre sollozos, inteligibles para la niña. Carmen se acuerda de que salvó hace rato a su madre, y empieza a gritar pidiendo ayuda. “Por favor, un hombre aquí, que alguien venga, está malito”.

Rápidamente acuden los soldados italianos que socorrieron a su madre, y Carmen les sonríe y sonríe al chico ruso para tranquilizarlo. Los italianos apartan a la niña bruscamente a un lado diciendo ”vai vai, bambina” y delante de ella, rematan al chico con dos disparos en la cabeza que estalla. El chico está muerto. Carmen huye a casa, a lo lejos oye el silbido del tren. Ya sabe algo de la guerra.

En la guerra hay personas vivas que mueren a manos de otras personas vivas que los quieren matar; hay jóvenes que les matan explotando su cabeza; hay gente que no auxilia a los heridos y enfermos.  En su corta vida, Carmen sabe que aborrece la guerra.

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