El desconocido

La primera vez que le vi llamó mi atención su aspecto remilgado. Tendría unos cuarenta y muchos años y su ropa era elegante y anticuada, una combinación entre un estilo tirolés, de cazador con chaleco caqui a modo de bata de guatiné, muy pijo, parecía ir disfrazado. El pelo, engominado hacia atrás y raya recta al lado, una nariz prominente que le daba personalidad propia y unas gafas de pasta que ocultaban el color pardo de sus ojos rasgados. Le pregunté a mi compañera Luci:

− ¿Quién es ese que va detrás en el coche?

−Es un amigo, trabaja en el hospital, un cirujano. Mira, está siempre a sus cosas.

Lo miré y reconozco que creí que era un bicho raro, en el aire con un dedo de la mano izquierda dibujaba o escribía, ensimismado sin reparar si quiera en el portazo que Lucí dio al entrar al coche.

A los nueve meses, lo volví a ver. No lo reconocí, llevaba una bata blanca porque estábamos en su consulta de cirugía. El pelo engominado, sus gafas y esa nariz prominente imposible de olvidar. Nos explicaba, a mi madre y a mí, que acudimos a la revisión de una operación de un tumor maligno de ovario, hecha en una clínica privada, que el cirujano había actuado con negligencia. Pero hablaba tan acelerado y resuelto, tartamudeando entre frase y frase, queriendo transmitir tanto y tal velocidad que nos dejó mudas. Entonces se puso a hacer esbozos de cuál sería la cirugía adecuada, acabó la explicación y con cordialidad dijo:

−Creo que no os habéis enterado mucho. Voy a ser claro. En resumen, el Dr. Parkinson ha metido la pata y no te limpió bien Berta. Te dejó un tejido que te tenía que haber quitado porque en él pueden seguir a sus anchas las células tumorales.

− ¿Qué la operación no ha servido para nada? − dije algo confusa.

−Poco. Berta, te tengo que abrir el abdomen otra vez la semana que viene, de lado a lado y limpiarte. Eres joven y guapísima, y esto no se pude quedar así, es una chapuza.

La intervención fue a la semana siguiente y al acabar Vicente se acercó a mi madre y a los que estábamos en la habitación y dijo: “Berta, estás curada. Te van a dar quimioterapia, pero estás curada”.

Y así fue y es. Pero desgraciada y afortunadamente, este cirujano ha seguido estando en nuestras vidas y sin dudarlo, en la de muchas más personas que no conocemos. Seis tumores han extirpado a parte de mi familia, uno a mí hace dos años.

Después de una mañana operando a destajo vino a casa. Lo vi diferente a las otras veces. Entró en casa como si un halo de luz lo iluminara desde atrás, y sus ojos me parecieron verdes y, su piel pálida, morena. Y su nariz prominente tan grandiosa, me encantó. Sí estaba viendo a un dios, mi Dios, el que me había salvado. Y él con su humor “especial” me dijo:

− ¿Qué tal Cocoliso? mientras acarició mi calva cabeza.

− ¿No me harás daño? le dije temerosa. Él dijo “a la de tres” y al nombrar el número 1 me arrancó el drenaje a lo bestia, que salió de mi costado como si se tratara de una tenia. Aún desmayada del dolor, se lo agradecí.

− Sabes, eres la única que se ha reconstruido y no se ha arrepentido. No he oído ninguna queja de tu parte. Eres valiente.

Claro que me había arrepentido porque el dolor en el post operatorio fue insoportable solo con paracetamoles, pero no tuve el valor de decirle “me cago en todo, Vicente”. No lo quería decepcionar.

Semanas antes, me había llamado para decirme que me podía curar, que había muchas posibilidades, que lo creía de corazón. Que era una mujer joven, bella y que me pensara bien lo de la mutilación.

−Piénsalo, yo lo preparo todo, no te agobies. En el mismo día me dices si quieres las prótesis o no.

Esa llamada significó un cambio brutal, no sólo en esa decisión sino también en el afrontamiento de la enfermedad. Él no tiene ni idea de lo él ha significado en mi vida. Y es cierto que operando es bárbaro, utiliza el bisturí como un matarife de animales, disfrutando. Nos ha rajado sin vacilar, rascando hasta las mismas costillas que aún duelen.  Soy afortunada de haberlo conocido.

Hace tiempo que no se de él.  Alguna vez le hablo por el wasap, le conté que había empezado a escribir relatos y dijo: “Por fin alguien se interesa por lo importante”.

Sé que está bien, que se fue el pasado enero al Congo. Sé que es criticado por su manera de ser por otros profesionales, porque expresa sin miedo sus opiniones desconcertantes, no sigue protocolos. Ha escrito un libro, el “El zoológico paralelo” y leo su dedicatoria:

“Para una compañera en la lucha. Para alguien con quien he compartido una victoria”. Besos. Vicente

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