Historias vecinales desde el zaguán

En la Comunidad de Propietarios de la C/ de la Amapola, nº3, en el portal B de la ciudad de Soria, en un habitáculo de 9 metros cuadrados, trabaja Juan, el portero. Juan es un joven de unos 27 años, de carácter afable, que se encarga de múltiples tareas: el reparto del correo, la limpieza de la escalera, la ayuda con las compras, etc. Lleva trabajando más de un año en esa comunidad y se ha hecho imprescindible, necesario para la vida de todos los vecinos. La mayor virtud de Juan es hacer que las personas se sientan únicas e importantes. Él sabe escuchar. No hace nada especial para ello, simplemente pone toda su atención en lo que el confidente le está contando en ese momento, consiguiendo que el problema, la preocupación o la tristeza se transformen en un problemilla de fácil solución, dando a sus consejos con un gran sentido del humor. Juan es el único que sabe por qué quiere escuchar las historias de los demás. Podría estar tranquilo en su garita escribiendo su libro, pero la gente no para de acudir a él.

La presidenta de la Comunidad, Dña. Ángela le dice:

  • “Juan, tienes que dejar la portería y sacar el título de Psicología. Si montaras un gabinete, te forrarías”.

Juan ríe ante tal ocurrencia: “Quizás lo haga, pero creo que aprendo mucho más aquí que en la universidad”.

Pero a Juan le llegó una oportunidad de mejorar su vida laboral. Un vecino le ha propuesto trabajar como “asesor psicológico” en su empresa, con una oferta de trabajo más que interesante: 14 pagas, subida del sueldo actual en un 50% más y 10 días de permiso sin justificar. La Comunidad apresurada convoca Junta de vecinos extraordinaria, y la presidenta en un discurso emotivo relata: “Que Juan no esté con nosotros es algo inconcebible. ¿Quién nos va a escuchar?, ¿quién nos va a animar cuando estemos tristes ¿cómo va a ser nuestras vidas sin Juan? No importa el dinero, vecinos”.

Por unanimidad, solo con un voto en contra de la única vecina que no confía en el portero pues piensa que tanta dedicación tiene una intención oculta, se acuerda una reducción de la jornada de Juan y todos los beneficios que le ofrece el vecino empresario.  Juan no está presente, pero ha dejado una grabación de su voz:

− “Escuchad, me he ido, pero no al nuevo trabajo ofrecido sino a otra Comunidad de Propietarios. Me voy por mí, no por vosotros. (Deja un silencio donde casi todos los vecinos aplauden emocionados). No quiero más dinero ni más vacaciones. Quiero estar en otro lugar, conocer a otras personas y sus historias, las vuestras ya están en mi libro, y lo tengo que terminar. Sois unas brasas, vuestras comeduras de tarro me tienen saturado y ya no me aportáis nada nuevo. No sabéis lo mal que lo he pasado fingiendo que os escuchaba, no reparabais en ello porque sois egoístas (aquí está este empleado para lo que yo quiera, debíais pensar) y, os contaba el chiste final y tan felices, desaparecíais hasta la próxima. (Los vecinos se miran unos a otros incrédulos, y se oye decir a Dña. Pepita “os lo dije, no era trigo limpio”)

Había días que era tan insoportable oír vuestras mierdas de problemas (“me tienen que operar del menisco porque no puedo bajar cuestas”,” mi madre no me llama ya todos los días”, “en el trabajo se ríen de mí”, “la vecina me pone mala cara y no me saluda”, etc.), que tenía que tomarme varios lexatines para no explotar y poder trataros con educación. A ninguno de vosotros le interesó saber quién era yo, por qué estaba allí cobrando 580 euros mensuales y trabajando 10 horas diarias. Nadie me preguntó ¿y tú cómo estás?, ¿necesitas algo? Os aparecíais sin avisar y soltabais vuestra porquería sin piedad.

Aunque no os interesa, soy Juan José, graduado en Literatura General y escritura creativa. Huérfano de padre y madre desde los 13 años cuando murieron en accidente de tráfico, no tengo familia y sólo un amigo, mi perro “Dickens”. Vivo en un mini apartamento sin calefacción y me he propuesto escribir mi novela “Historias vecinales desde el zaguán”. Vosotros me habéis sobre utilizado y yo os he usado a vosotros.  Así que estamos en paz, y si alguno se le ocurre tomar represalias no dudaré en sacar a la luz todas las conversaciones que he ido grabando, con nombre y apellidos, donde habláis sin filtro, lloráis, reís, criticáis, siendo vosotros sin mentiras ni hipocresía”.

La presidenta detiene la grabación sin decir ni media palabra y todos permanecen callados en sus sillas. Dña. Pepita se levanta y dice: “Ahora que este chico me empezaba a caer bien…De esta sí que vais a tener que ir al psicólogo todos pagando”, mofándose de todos. “Tengo que felicitar a Juan y comprar su novela en cuanto se edite, qué tardes de gloria me esperan”.

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